He estado fuera algunos días, concretamente en París (la ciudad de la luz, sobre todo por la noche). Que estuve haciendo el turista, vamos.
Recorrí, junto a tres compañeras del curso de francés, algunas cañadas reservadas a los japos y a los españoles algo gritones.
Mucho que ver tienen los parises, y demasiado espacio para que las fotos capten a la vez el cielo crepuscular, la Tour Eiffel, Trocadero y la compi haciendo posturitas en primer plano.
Pero es cierto que viajando se aprende. Se aprende a valorar el silencio, el no hacer colas, la rutina de la vida cotidiana (con tu sofá incluido), la compañía de tus mascotas (aquí incluyo al marido) y todas esas cosas de las que normalmente renegamos.
También se descubren personas encantadoras que nos desvelan nuestras manías y recovecos, porque lo bueno de viajar es que, viendo todos los paisajes, destapas los tuyos propios.
Y, ahora termino, pero seguiré con alguna anécdota y varios cotilleos, firmemente apoyados por alguna de las cientos de fotografías que hicimos.
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